miércoles, 3 de marzo de 2010

Sobre la memoria y las fotos

Ahora se enojan con nuestros olvidos, los más pacientes simplemente nos recuerdan las cosas (“Mamá, acordate que hoy tenés que ir a buscar al nene a la clase de tenis”, o “Papá, acordate que me prometiste arreglar la canilla de la cocina”) porque nosotros estamos viejos y la senilidad nos hace olvidadizos. Pero los impacientes protestan y nos recomiendan ir al médico o tomar algo que nos active las neuronas.Por eso me gusta encontrarme con las “chicas” de mi edad y recordar películas (“Esa en la que trabajaba el marido de la rubia que bailó con el que hizo esa de gangsters tan famosa…”) o conocidos de la época dorada (“La que se sentaba en el segundo banco en la fila de la izquierda, que en tercero fue compañera de la petisa que cantaba como soprano en el coro, la que la profesora de música la llevó al Colón”).Si ellos se olvidan de invitarnos a una reunión o de venir a buscarnos para la fiesta de fin de curso del nene es porque tienen mucho estrés. ¡Trabajan tanto! ¡Tienen tantas cosas en la cabeza! Nosotros nos olvidamos de los nombres y de otras tantas cosas porque somos, irremediablemente… ¡VIEJOS!Nuestras conversaciones son aburridas, por cierto, es que ya escucharon las anécdotas tantas veces que están saturados. Y no les interesa si la prima Raquel era la hija de la tía Conce o del tío Ezequiel. Y eso va en contra de ellos mismos. Al menos yo me siento muy mal porque hay muchas cosas que nunca pregunté, muchas conversaciones de mis mayores que no atendí y ahora ya no queda nadie a quien preguntarle si esa señora de riguroso luto en una de las fotos heredadas era prima o amiga y si el bebé sonriente en la foto coloreada era el hijo de una prima o el nieto de una amiga de mi madre. De todos modos, estoy segura de que todas las fotos, las heredadas y las que sacamos en toda nuestra vida, irán a parar a la basura. Ahora acumulan las de sus hijos en algún CD o pendrive. Pero mis nietos, si son curiosos, no podrán preguntar mucho cuando sean cuarentones porque mis hijos entonces tendrán mi edad y habrán llegado a la época del olvido. Porque a ellos también les va a tocar.

sábado, 2 de enero de 2010

Sobre el consumo

Antes que nada, debo destacar que soy una convencida “frugalista”, término que está de moda para significar aquellos que viven con modestia y moderación. Compro lo que necesito, regalo lo que no uso, y solamente rompo el chanchito virtual de plástico para una orgía de libros.
Y bien, esta Navidad me produjo un desagradable momento, cuando vi a mis nietos rodeados de muchos juguetes, imitaciones plásticas de figuras de los ex dibujos animados, hoy “pelis”, con mucho brillo y poca carnadura.
¿Acaso el mundo quiere hacer de mis nietos unos perfectos consumistas? ¿Los prepara para una vida en la cual tanto tienes, tanto vales? ¡Qué pena! ¡Qué sensación de pobreza espiritual me dio ese fárrago de bolsas, papeles y moños, debajo de un árbol que recuerda a Navidades que no son las nuestras.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Mi jean y yo

Como todo viejo, puedo recordar las cosas de mi niñez y juventud con claridad. Claro que también con ese velo distorsivo que la nostalgia pone en el pasado. No es el pasado que yo viví sino el pasado que recuerdo.
En fin, no más digresiones, lo que recuerdo hoy es algo que puede verificarse: cuando la juventud argentina se puso los jeans por primera vez, se llamaban “vaqueros” y generalmente tenían como apellido “Far West” que era la marca conocida y creo que la única. Había algunos que tenían jeans comprados en EE UU pero eran muy pocos ya que entonces los viajes al exterior eran para los pudientes. Si hasta había que ser de una buena clase media para ir a tomar sol a Carrasco.
El vaquero era de color azul oscuro con puntadas amarillo oro y cuatro bolsillos. Sí, cuatro verdaderos bolsillos, no como los de ahora que apenas nos dejan sitio en las nalgas para poner las llaves o el documento. Nunca el dinero porque esos bolsillos son fácilmente presa de los punguistas (palabra hoy casi inhallable que significa ladrón de billeteras y dinero en los bolsillos, actividad que se decía era muy practicada por ciudadanos chilenos).
Bueno, esos pantalones indestructibles que usaba para ir al club o para los picnics (otra palabra en vías de desaparecer) me fueron acompañando a lo largo de toda mi vida. En ocasión de la jubilación desterré al fondo del placar los trajecitos, los blazers y las polleras tubo, los vestidos cuyo ruedo sufría los dictados de la moda pasajera, todo mi guardarropa con la sola excepción de los jeans usados los fines de semana.
Y desde entonces todos los días me pongo mis jeans y una remera acompañados de las zapatillas cómodas, anchas y holgado receptáculo de las plantillas. Protesto porque el que saqué hoy es bastante nuevo y tiene solamente dos bolsillos traseros y salgo a la calle dispuesta a la aventura.

Sobre la ropa

Una de las grandes ventajas de la edad avanzada –y muchas no tiene- es que a la mayoría ya no nos importa la moda ni la elegancia. Con las excepciones habituales de algunos viejos donjuanes que se ponen blazers y camisas sport de Giesso con pañuelo de seda italiana al tono cubriendo el cuello de gallina desplumada. O de algunas señoras de buen ver que aún piensan que el amor del cine puede ser suyo y recurren a los pliegues de alguna robe de tienda elegante cuando no al cirujano plástico para parecer unos dos o tres años más jóvenes.
En general los viejos tenemos el buen tino de andar por la calle con esas cómodas zapatillas deportivas, pantalones amplios –o el ubicuo jean- y, en invierno, el agradable polar que sirve tanto para un fregado como para un barrido.
Y si tenemos que hacer una salida más arreglada, nos pondremos alguno de esos atuendos que guardamos de la época anterior a la jubilación. Que nos quedan estrechos o cortos o perdieron un poco de color y brillo colgados en el placar.
Pero lo lindo de3 esas reuniones a las que hay que ir vestidos de “gente” es llegar a casa y ponerse las ojotas mientras nos sacamos la ropa estrecha, grande o deslucida. ¡Ah!

¿Para qué necesitamos una abuela?

Una abuela es necesaria porque existen los nietos. Es la única razón que se me ocurre pueda ser razonable para todo el mundo.

Para mí fue necesaria una abuela para reemplazar a una madre ausente. Y fue una enorme influencia en mi vida, la recuerdo aún cuando se fue hace más de 50 años.

No quiero ser yo una abuela como la mía, mis nietos tienen madres y ellas deben ser las figuras inolvidables de sus vidas, las influencias más fuertes en su crecimiento. Pero deseo que me quieran como se debe querer a una abuela porque ella es la que nos mima sin restricciones.

Y me siento orgullosa de que a mis nietos les guste jugar conmigo y me digan desde la más tierna infancia: "Abuela, quiero jugar con Mickey o con los mil juegos de Poisson rouge, o vestir a las princesas..." Quieren jugar conmigo en la compu. Yo les elijo juegos, les enseño a jugarlos, los dirijo para usar el mouse, arreglo los zafarranchos que hacen cuando tocan alguna tecla equivocada.

Yo soy la abuela cibernética. Nada que ver con esa señora de los dibujitos, de pelo blanco con rodete, delantal y en las manos un palo de amasar o las agujas. Aunque amaso las mejores masas para tarta y sé tejer moderadamente bien. Pero lo mío es lo cibernético o, como dicen los chicos, lo de la compu.